
El estudio titulado Rush Memory and Aging Project midió de forma empírica el ejercicio cotidiano que realizaban 716 participantes de 82 años aproximadamente.
A los participantes se les colocó un detector de movimiento en la muñeca durante la investigación. Con ayuda del actígrafo, instrumento que registra los cambios de actividad y que proporciona un registro gráfico, midió la intensidad de las tareas, que van desde cortar cebolla, andar a paso lento o estar pedaleando en una bicicleta en el gimnasio del barrio.
La investigación concluyó que las personas que hacían menos actividades a lo largo del día tenían el doble de probabilidades de padecer Alzheimer.
Para medir la efectividad de la actividad física, se monitorearon a los participantes durante 4 años, tras ese tiempo sólo el 10% de las personas se les había diagnosticado la enfermedad.
La afectividad de realizar tareas en la casa con mayor intensidad también fue cuantificada, y se llegó a la conclusión de que las personas cuya actividad es menos constante, tienen tres veces más riesgo de desarrollar el trastorno.
El Alzheimer afecta directamente a las funciones cerebrales y entre sus síntomas más comunes están la pérdida de memoria y el empeoramiento de la capacidad de pensar. El deterioro suele ser lento y gradual.
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